
El Codice 632
by Dos Santos, Jose Rodrigues-
This Item Qualifies for Free Shipping!*
*Excludes marketplace orders.
Buy New
Rent Book
Used Book
We're Sorry
Sold Out
eBook
We're Sorry
Not Available
How Marketplace Works:
- This item is offered by an independent seller and not shipped from our warehouse
- Item details like edition and cover design may differ from our description; see seller's comments before ordering.
- Sellers much confirm and ship within two business days; otherwise, the order will be cancelled and refunded.
- Marketplace purchases cannot be returned to eCampus.com. Contact the seller directly for inquiries; if no response within two days, contact customer service.
- Additional shipping costs apply to Marketplace purchases. Review shipping costs at checkout.
Summary
Excerpts
Una novela sobre la identidad secreta de Cristóbal Colón
Capítulo Uno
—¿Qué? ¿Quieres otra vez tostadas con mantequilla?
—Quero.
—¿Otra vez?
Tomás suspiró pesadamente. Fastidiado, clavó la mirada en su hija, con actitud de reprobación, como si la estuviese invitando a cambiar de idea. Pero la niña asintió con un movimiento de cabeza, ignorando olímpicamente la irritación de su padre.
—Quero.
Constança miró con reproche a su marido.
—Oye, Tomás, déjala que coma lo que quiera.
—Pero es que siempre es lo mismo, me tiene harto. Siempre tostadas con mantequilla, tostadas con mantequilla, todos los días—protestó enfatizando la palabra «todos». Puso una mueca de asco—. Ya no aguanto su olor, me da náuseas.
—Pero ella es así, ¿qué quieres?
—Lo sé—farfulló Tomás—. Pero al menos podría intentar cambiar, ¿no?—Después añadió, alzando el índice derecho—: Por lo menos una vez en la vida. Una. No pido más. Sólo una.
Se hizo el silencio.
—Quero totadas con mantequilla—murmuró la hija, imperturbable.
Constança salió de la cocina, cogió de la bolsa dos rebanadas de pan de molde sin corteza y las colocó en la parrilla de la tostadora.
—Ya va, Margarida. Mamá ya te va a dar las tostadas, hija mía.
El marido se recostó en la silla y suspiró con desaliento.
—Además, come más que un sabañón.—Hizo un gesto de fastidio con la cabeza—. Mírala, mira cómo se pringa toda la comilona. Hasta babea mirando la tostada.
—Ella es así.
—Pero no puede ser—exclamó Tomás, meneando la cabeza—. Acabará con nuestro presupuesto comiendo de esa manera. No ganamos lo suficiente.
La madre calentó la leche en el microondas, le añadió dos cucharadas de chocolate en polvo y dos cucharadas de azúcar, la revolvió y puso el vaso sobre la mesa. Instantes después, la tostadora hizo el tradicional clic, que anunciaba que las tostadas estaban listas. Constança las sacó de la tostadora, las untó con un poco de margarina y se las dio a su hija, que enseguida se las llevó a la boca con la parte de la margarina hacia abajo, como era habitual en ella.
—¡Ñam, qué madavilla!—gimió Margarida, saboreando las tostadas calientes. Cogió el vaso y bebió un poco más de chocolate con leche; cuando dejó el vaso, tenía un bigote de chocolate sobre los labios—. ¡Mubueno!
Padre e hija salieron del apartamento diez minutos después. La mañana había amanecido fría y ventosa: la brisa soplaba del norte, desagradable, y agitaba los chopos con un rumor intranquilo, nervioso; cubrían el automóvil gotas de agua, cristalinas y relucientes, y el asfalto se presentaba con pequeñas sábanas mojadas; parecía que había llovido, pero eran, finalmente, los vestigios del manto de humedad que había caído durante la noche, empañando cristales y depositándose aquí y allá, minúsculos lagos dispersos casi por toda la ciudad de Oeiras.
Tomás llevaba la cartera en una mano y aferraba con la otra los deditos de la niña. Margarida llevaba una falda clara de mahón y una chaqueta azul oscura, y cargaba con desenvoltura la mochila en su espalda. El padre abrió la puerta del pequeño Peugeot blanco, instaló a Margarida en el asiento trasero, acomodó la mochila y la cartera en el suelo del coche y se sentó al volante. Después, conectó la calefacción, dio marcha atrás y arrancó. Tenía prisa, la hija iba con retraso al colegio y a él no le quedaba otro remedio que superar los atascos matinales para ir a dar una clase a la facultad, en pleno centro de Lisboa.
En el primer semáforo, observó por el espejo retrovisor. En el asiento trasero, Margarida devoraba el mundo con sus grandes ojos negros, vivos y ávidos, contemplando a las personas cruzar las aceras y sumergirse en el nervioso bullicio de la vida. Tomás intentó verla como la vería un extraño, con esos ojos rasgados, el pelo fino y oscuro y ese aspecto de asiática regordeta. ¿La llamarían «subnormal»? Estaba seguro de que sí. ¿No era así, al fin y al cabo, como él antes los llamaba, cuando los veía en la calle o en el supermercado? «Subnormales; imbéciles; retrasados mentales.» Qué irónicas vueltas daba la vida.
Se acordaba, como si hubiese sido ayer, de aquella mañana primaveral, nueve años atrás, cuando llegó a la maternidad, efusivo y excitado, rebosante de alegría y entusiasmo, sabiendo que era padre y deseando ver a la hija que había nacido aquella madrugada. Se fue corriendo a la habitación con un ramo de madreselvas en la mano, abrazó a su mujer y besó a la niña recién nacida, la besó como a un tesoro, y se conmovió al verla así, encogida en la cuna, con las mejillas rosadas y el aire risueño, parecía un Buda minúsculo y soñoliento, tan sabia y tranquila.
No duró media hora ese momento de felicidad plena, trascendente, celestial. Al cabo de veinte minutos, entró la doctora en la habitación y, haciéndole una señal discreta, lo llamó a su despacho. Con aire taciturno, comenzó preguntándole si tenía antepasados asiáticos o con características especiales en los ojos; a Tomás no le gustó la conversación y, de modo seco y directo, le repuso que, si tenía algo que decirle, que se lo dijese. Fue entonces cuando la doctora le explicó que antiguamente se decía que determinado tipo de persona era mongólica, expresión caída en desuso y sustituida por la referencia al síndrome de Down o a la trisomía 21.
Fue como si le hubiese dado un puñetazo en el estómago. Se le abrió el suelo bajo los pies, el futuro se hundió en una tiniebla sin retorno. La madre reaccionó con un mutismo profundo, se quedó mucho tiempo sin querer hablar del tema, los planes para su hija se habían desmoronado con aquella terrible sentencia. Llegaron a vivir una semana de tenue esperanza, mientras el Instituto Ricardo Jorge efectuaba el cariotipo, la prueba genética que despejaría todas las dudas; pasaron esos días intentando convencerse de que había habido un error. Al fin y al cabo, a Tomás le parecía que la pequeña tenía expresiones de . . .
El Codice 632Una novela sobre la identidad secreta de Cristóbal Colón. Copyright © by Jose dos Santos. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.
Excerpted from El Codice 632: Una Novela Sobre la Identidad Secreta de Cristobal Colon by Jose Rodrigues Dos Santos
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.
An electronic version of this book is available through VitalSource.
This book is viewable on PC, Mac, iPhone, iPad, iPod Touch, and most smartphones.
By purchasing, you will be able to view this book online, as well as download it, for the chosen number of days.
Digital License
You are licensing a digital product for a set duration. Durations are set forth in the product description, with "Lifetime" typically meaning five (5) years of online access and permanent download to a supported device. All licenses are non-transferable.
More details can be found here.
A downloadable version of this book is available through the eCampus Reader or compatible Adobe readers.
Applications are available on iOS, Android, PC, Mac, and Windows Mobile platforms.
Please view the compatibility matrix prior to purchase.